El lenguaje es uno de los medios que mejor fotografía la estructura mental. Es decir, quien nos enseña el atlas sobre el que se orienta el pensamiento. Las máquinas de pensar nos han dejado indelebles para la historia las mejores frases lapidarias:
Las dos frases que nos dejará Rajoy después de este 20 N, repetidas hasta la saciedad igual que un mantra, deberían ser igualmente lapidarias, pero en su sentido literal.
“Haré lo que tenga que hacer.” y “Se hará como Dios manda.”
Si yo fuera Marx (Groucho, of course) diría: “Claro que lo entiendo. Hasta un niño de 5 años podría entender ¡Que me traigan a un niño de 5 años!”
Pero en realidad qué importa, ¿a quién le importa la capacidad de reflexión, el coeficiente intelectual, la hondura cognoscitiva de un político, de cualquier político? A fin de cuentas, y siguiendo con Groucho, “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnostico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
En una cosa hay que darles la razón a los del PSOE: lo que no dice el Dios Rajoy lo hace su Iglesia en la tierra: Cospedal en Castilla la Mancha, Gallardón en Madrid ciudad, Esperanza Aguirre doquiera vaya, o Camps, en Valencia (R.I.P.), por no seguir.
Para agrandar el problema Rajoy mueve la mandíbula inferior como si fuese un títere y saca la lengua continuamente entre sus siempre espasmódicos labios como si fuese un camaleón o algo más feo y más batracio. O peor aún, como si se estuviese relamiendo.
Si los socialistas fuesen tan malos como dicen los del PP y controlasen la televisión sólo tendrían que poner un subtítulo bajo la imagen de Rajoy en cualquier discurso, mitin, comparecencia, etc. con esta frase de Groucho:
¿A quien va usted a creer?, ¿a mi, o a sus propios ojos?
El problema de mayor envergadura es que esto mismo podría escribirse –casi- de cualquiera.