» He dejado cientos: grandes, pequeñas y de tapa dura.
Por Javier Lasheras y José Havel
¿Qué valora más en un viaje?
Su cancelación. La maleta boquiabierta que se da cuenta de que no va a ser utilizada.
¿Qué es lo que más le gusta hacer a las 8 de la tarde?
Tomar el té con retraso mientras veo una puesta de sol que se adelanta o una puesta de lluvia que es puntual.
¿Cuál es el riesgo principal de viajar con usted?
Quedar en tierra o tener que tomar la decisión de viajar solo en el último minuto.
¿Qué valora más para elegir un acompañante?
Su transparencia. Su soportable levedad de no ser.
¿Cuál es ese lugar al que siempre le gustaría volver y por qué?
A una tarde del verano del año 1971 en la que tuve la absoluta y biológica certeza de lo que iba a encontrar en el mundo. Y volvería para refrendar esa certeza y evitar cometer todos los pecados de esperanza que, en ese estúpido intento de cambiar el rumbo, cometí.
¿Cuál es su principal defecto?
No los tengo, soy un ser subjetivamente neutro. Los defectos, como todo el mundo sabe, son una anomalía en la percepción de los demás. El infierno han sido siempre los otros aunque Sartre haya tardado tanto tiempo en demostrarlo.
¿Y su principal cualidad?
Saber la respuesta a la pregunta anterior desde pequeño.
¿Qué libros lee cuando viaja?
Siempre fui muy remolón en eso de intentar hacer dos cosas distintas a la vez, aparte de que los viajes -como ya habrá deducido- son para mí una enfermedad que me esfuerzo en prevenir.
¿Y qué está leyendo ahora?
Últimamente me da más por corregir. Ahora estoy corrigiendo a Bertrand Russell: La crisis que está asolando la literatura se debe a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas.
¿Es usted de los que leen con lápiz y papel a mano?
¡Qué va! no consigo que ninguna idea llegue sin deshilvanarse desde donde se produce hasta la punta del lápiz. Volver a empezar únicamente reproduce el mismo proceso.
¿Cuál sería su mayor desdicha?
El tener que elegir entre lo mejor y lo mejor. Abandonar una opción la convierte de inmediato para mí en la correcta. Esta cruel desazón ya la padeció Napoleón antes que yo y no le encontraron cura.
¿Qué obra publicada le hubiese gustado firmar?
La Biblia, y no sólo por los derechos de autor. Siempre he querido tener en la estantería un libro mío en el que quepan en el lomo el título y el nombre del autor sin tener que esperar a las obras completas.
¿Dónde le gustaría vivir?
Me gustaría vivir, el sitio ya lo elegiría con algo más de tiempo. Ya sabe lo que pienso de las elecciones.
¿Cuál es su bebida favorita?
Cualquiera que calme la sed de estar viviendo.
Dígame un par de grandes novelas que se le atragantaron o nunca pudo terminar de leer.
La historia interminable de Michael Ende (no, de verdad, esto sí es de coña). La primera El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha que me pareció uno de los mayores coñazos de la humanidad y que uno y otro año en el instituto insistían en que lo leyese. Así lo tengo de «aborrecío». La segunda... mire, la verdad es que he dejado cientos: grandes, pequeñas y de tapa dura. No entiendo ese afán por terminar una cosa que aburre por muy de culto o muy best seller que sea sólo para poder decir que se ha leído. En esto no me he parecido nunca a las actrices de las películas porno. Jamás he tenido la tentación de fingir los orgasmos delante de la gente.
¿Cuál es su ciudad preferida?
Cualquiera que esté desierta; en la que no haga calor; en la que de vez en cuando llueva con esa indolencia que tienen los acontecimientos importantes. En cualquier sitio donde se escuchen más los pájaros que los motores de los coches y el discurrir del tiempo que el de la gente; en cualquiera en la que, sin saber muy bien de donde, imprevisiblemente, pueda llegar un olor a limón o a hierba luisa. En realidad en cualquier ciudad que no lo sea. Tendría que haberme hecho esta pregunta hace unos años, quizá le hubiese respondido Ámsterdam o Buenos Aires. Sí, tal vez.
¿Quiénes son sus escritores favoritos?
Sócrates y los cuatro evangelistas. Siempre he envidiado su incalculable e inexplicable rentabilidad literaria. ¡Cómo tan poco ha podido dar tanto de sí!
¿Cuáles son sus palabras predilectas o su frase favorita?
«Anda a tomar por culo» y «qué angustia tan espantosa», esto es verdad y puede comprobarse fácilmente. Por lo común una suele ser subordinada de la otra.
¿Qué música suele escuchar?
La del silencio. Igual que me ha ido pasando con muchas otras cosas, antes tenía distintas preferencias pero acabaron por ensordecerme. Ahora puedo oír lo que se oculta en el ruido. Y es mucho más delicado.
¿Con qué personajes históricos y personajes ficticios le gustaría pasar una velada?
Con el Orestes que persiguen Las Furias; con el fauno que sujeta a la bacante; con el doliente de El primer duelo; con el que va a morir en Dante y Virgilio en el infierno; con Cupido en El rapto de psique; con cualquiera de los pastores que encontraron a Zenobia en las orillas del Araxes, todos de William-Adolphe Bouguereau. Y finalmente —en sentido totalmente literal— con Jean-Baptiste Grenouille.
No sé si he respondido con exactitud, tengo dificultades para distinguir con claridad la ficción y la historia.
¿Por cuánto sale, más o menos, una ración de 100 gramos de jamón ibérico puro de bellota, una copa de vino, un libro de poemas y una onza de chocolate?
Una pregunta muy parecida en el programa Tengo una pregunta para usted, estuvo a punto de costarle el palacio a un presidente. ¿O le costó? Creo que ese día aprendió a distinguir «valor» y «precio». No pienso cometer el mismo error.
Recomiende un par de obras de arte.
Pienso en gente como Damien Hirst, Piero Manzoni, Rothko, Sean Scully, Ad Reinhardt, Olivier Mosset, John Nixon... y varios miles de ellos más y no me queda más remedio que recordar lo que responderé a la pregunta nº 24 [respecto a la crítica literaria], pero en lo que se refiere a la crítica en general.
Creo que me ha tocado vivir en una sociedad culturalmente enferma, agonizante, exhausta, hueca, idiotizada. Es racionalmente imposible que los museos y las grandes colecciones privadas estén llenas de esa mierda e intenten que nos la traguemos. Ni siquiera puedo entender a quienes de verdad les gusta. Sinceramente, mi inteligencia no tiene la capacidad de procesarlo. ¡Qué tendrá que ver! estará usted pensando, pero es que si no lo digo reviento. Ahora a la pregunta: no suelo recomendar. Al final por otra suerte de «recomendaciones» hemos llegado a que las limpiadoras de los museos recojan «obras de arte« para amontonarlas «por error» con la basura (y que encima pierdan el empleo). Como ve se me da mucho mejor despotricar que recomendar. Que cada cual seleccione lo que pueda.
¿En la escritura de qué se halla usted ahora inmerso?
Encuentro la escritura un medio demasiado denso como para sumergirme sin lesiones. Pero si usted me obliga, de momento —y como mucho—, estoy en aquello de la refracción.
¿La crítica literaria la prefiere con agua, con hielo o a solas?
La prefiero con el crítico literario cogido por los huevos. El problema es que algunos no los tienen. O no lo parece. O vaya lo uno por lo otro.
¿Qué detesta, odia y le cabrea a un mismo tiempo? ¿Y por separado?
A «todos y cada uno» de esos estúpidos «ciudadanos y ciudadanas» que creen firmemente que al dirigirse «al conjunto de la sociedad española» «faltando a la verdad» son «políticamente correctos» y se están expresando con inteligencia y pensando por sí mismos.
Recomiéndenos un libro que aún no haya leído.
Cualquiera de los míos. Y sí, he entendido la totalidad de la pregunta.
Díganos un par de películas que todo el mundo debería ver.
Es que las que le podría decir ya las ha visto todo el mundo y lo cierto es que mis gustos, en general, tienen bastante poco predicamento. Sinceramente, no se me ocurre ninguna que me haya gustado en los últimos muchos años. Creo que la última vez que estuve en un cine sólo llegué a la mitad de La lista de Schindler. Demasiados nombres para mi gusto. Hay dos temas propagandísticos que me producen un hartazgo estupendo: el holocausto de los judíos (como si no hubiese habido ninguno más) y la guerra civil española (vista desde cualquier bando).
¿A través de qué película llegó a leer un libro estupendo?
Ha sido siempre al revés. Por ejemplo fue Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood, lo que me llevó al Cabaret de Bob Fosse y varias veces.
¿Qué suceso de la historia admira más?
Ese en el que hay un mono dando golpes con un hueso contra el suelo y después lo lanza al cielo y, mientras desde abajo observa cómo gira en el aire, de repente se da cuenta de que cuando el hueso vuelva al suelo lo aplastará todo. Y sobre todo al mono.
¿Qué red social de internet prefiere?
Tal vez «preferir» no sea el verbo adecuado en este caso, sólo uso y sé utilizar el feisbu, que es el mundo del chupi-guay en el que todos somos educadíiiisimos y también los mayores productores de actividad cultural de occidente. Tengo que reconocer que he tenido a través de él contactos magníficos que no hubiesen podido producirse de otro modo. Sé de la existencia de otros, incluso de uno que tiene tasadas las palabras que puedes escribir y que, obviamente, es incompatible conmigo. Como padezco verborragia siempre estoy en conflicto con las ideas simples. De hecho, esas dos palabras juntas (idea y simple) me parecen como el agua y el aceite. Pero bueno, «Hay gente pa tóo» como le decía al filósofo el torero. Está bien que la gente se sienta entretenida, así, como decía mi abuela, no está pensando maldades.
¿A quién le hubiese gustado entrevistar?
A Dios, a Roy Batty y a La Mula Francis. Y no precisamente en ese orden.
Y por último, ¿cómo se declara usted, culpable o inocente?
Irresponsable. Recuerde lo que me dijo al enviarme la entrevista.
Alejandro Céspedes es escritor